“Via Toledo” la calle más española de Nápoles
Secretos a voces se escuchan en sus más de 1200 metros. Historia, tráfico, mafia y turistas se mezclan en el eje central de la capital campana.

Un pequeño negocio nos da la bienvenida a Via Toledo. En él se venden los Babbà, el típico dulce napolitano: bizcochos con forma de seta bañados en ron. Éstos y otras tantas delicias sutilmente elaboradas contrastan con la modesta pastelería de venta al público que las mantiene, un local de no más de tres metros cuadrados; y es que en Nápoles hay que dejar de lado los prejuicios.
En el inicio de la vía, ésta es peatonal en su totalidad. El suelo se reviste de adoquines grises perfectamente colocados, y los edificios de esta parte se muestran grandes y esplendorosos; los colores son alegres, las tiendas tienen cierto prestigio y la muchedumbre es aquí un tanto elegante. Pero la calle en sí va estrechándose y degradándose a cada paso, y con ella, la gente, el pavimento, los negocios… En Via Toledo se respira historia. La historia de una ciudad desde su esplendor hasta el olvido.
En un lado de la calle, un mimo. Vestido de blanco, aguarda el sonido de unas monedas en su bote de latón para iniciar su movimiento. No se puede evitar recordar las Ramblas de Barcelona.
-¿Disculpe señor, qué calle es esta?- pregunta un turista inglés a un napolitano- “Esto es Via Roma, caballero”. Para laayoría de napolitanos, especialmente aquellos más jóvenes, Via Toledo sigue siendo Via Roma. La historia del nombre de la calle parece haber sido algo difícil en los últimos 150 años. Fundada en 1536 por la voluntad del virrey Pedro de Toledo, la calle se bautizó como “Via Toledo”. Sin embargo, se decidió renombrarla por el nombre de “Via Roma, ya Toledo” (Via Roma già Toledo) en 1870 con motivo de la celebración de la captura de Roma, futura capital posteriormente de Italia. Los napolitanos, en su mayoría en contra de la situación monárquica de la época, no aceptaron el nombre, y durante muchos años la guardia municipal de la zona tuvo que enfrentarse a los propios ciudadanos que por la noche rompían o arrancaban las nuevas placas.
Pero se puede cambiar las placas, y no los hábitos; en los años sesenta, la mayoría de la población seguía llamándola “Via Toledo”, se había heredado todo aquel sentimiento de rencor frente al nuevo topónimo, a pesar de que había pasado un siglo desde su cambio de nombre. Sin embargo, desde los años noventa, la arteria de la ciudad ha recuperado su antiguo nombre entre los más jóvenes, y éste empieza a ser un verdadero problema ahora que se había decidido volver a cambiarlo. Por el momento, a lo largo de las calles se encuentran placas de todo tipo: “Via Toledo”, “Via Roma” y “Via Roma Già Via Toledo”.
La estrechez de la calle, la gente, y el ambiente te desconcierta; logra sacarte del mapa y por un momento se olvida que se está allí, tan cerca del mar. Nápoles atrapa. La vía se ilumina con unas luces redondas colgadas entre balcón y balcón, que al anochecer se encienden y emiten una luz verdosa. Y así el cielo se llena de cables y de farolas colgantes entre los edificios, que se elevan en colores naranjas, rojos… Repentinamente, un bloque de pisos se eleva más atrás de lo normal, dejando un espacio para un antiguo reloj que marca las doce, un bar, unas mesas y unos turistas que empiezan a comer entre ¡palmeras!. Un pequeño oasis para desconectar en medio de una abrumadora ciudad.
Los negocios en general son muy antiguos. La zapatería Fusaro muestra bajo su título orgullosamente su año de fundación: 1393. Algunos de ellos mantienen aún sus raíces españolas: La farmacia Díaz, o la juguetería López. La tienda de ropa del número 291 parece sacada de cuento: de elegante madera y con una caligrafía antigua, se puede leer su nombre, coincidente con el de la calle “Via Toledo”. El reloj de su interior ya marca las cuatro. En las esquinas de los edificios y de metal verdecido hay farolas antiguas en la pared.
Lo que más llama la atención en Via Toledo, y en Nápoles en general, son los balcones. Hay millones de ventanas en los edificios, con cientos de balcones que no deben superar los cincuenta centímetros de ancho y el metro de largo. Mantienen la gran mayoría sus batientes abiertas, de madera vieja y degradada. Casi todos tienen alojada en su diminuto espacio una enorme antena parabólica, prácticamente atrapada entre los barrotes. Son también exageradas las antenas en los tejados. “Los italianos y el fútbol”, se excusa un hombre al que se le pregunta por ellas. Hay también muchos cables, por todas partes: por las paredes, colgando entre balcón y balcón, entre las callejuelas que se asoman a la calle… parecen las lianas de una selva. Multitud de vías estrechísimas y sombrías se asoman a Toledo, y adentrándose por ellas se pueden comer estupendas pizzas “Margherita” por menos de cuatro euros. No hay que olvidar que la capital campana es la madre de la pizza, y gran mayoría de restaurantes afirman que ellos saben hacer la mejor. En las callejuelas hay multitud de vendedores ambulantes, que suelen vender casi de todo: móviles, cinturones “antirrobo”, gafas de marca, marroquinería, e incluso tapacubos de coches que sospechosamente parecen robados. Parece que la policía no exista o prefiera no pronunciarse.
Es aquí dónde empieza a resonar la idea de mafia. Nos acercamos cada vez más a “i quartiere spagnoli” (el barrio español), temido y conocido como la sede de la Camorra, la mafia napolitana, y eso se palpita en el ambiente: cada vez más los turistas retroceden, y las miradas hostiles se filtran entre la muchedumbre. Una de las callejuelas oscuras que suben hacia la mala zona, adornada con bombillas y banderitas de todos los países de papel, anuncia el comienzo del barrio con un cartel y su escudo. Es aquí donde los negocios ambulantes se triplican y la abarrotada callejuela apenas deja sitio para ser transitada. Los turistas suelen evitarla o retroceder.

Antes de llegar a Piazza Dante, se encuentra la tienda de chocolate más antigua de la zona: Gay Odin. En negro y dorado, resurge majestuosamente de entre los edificios, y muestra un escaparate lleno de delicias. Llama particularmente la atención la cantidad de tiendas españolas que se encuentran en éste último tramo de la vía: Bershka, Stradivarius, Pull&Bear, Prenatal… el imperio Amancio Ortega había llegado también allí. Y hablando de imperios: la foto de un Silvio Berlusconi sonriente presidia la entrada del metro. “Il popolo della libertà”. Il popolo di Berlusconi. La Italia de Berlusconi. En las paredes, un graffiti rezaba la mítica frase de sus mítines: “menomale che Silvio c’e” (menos mal que está Silvio). De la misma manera que los españoles hace casi 500 años dominaban esa calle, ese pintoresco personaje poco a poco está dominando un país. Dos días atrás, Mediaset y Rai habían cambiado su programación: Berlusconi había prohibido a todos los canales de televisión los programas de tertulia o debate político porque sí. Antes de entrar al metro, echando la vista atrás y despidiendo a Via Toledo desde Piazza Dante, se pueden apreciar las “macetas” gigantes de piedra que adornan la calle. La mayoría tienen tan sólo tierra y colillas. Pero había una con flores rojas que surgían de la tierra. Eran pocas, insignificantes, pero aportaban un poco de color a aquel gris. De repente me pregunté si aún había una pizca de esperanza en esa Italia de Berlusconi.
No hay comentarios:
Publicar un comentario